domingo, 16 de julio de 2017

BOCHORNO, CALOR

                                           ¡¡BOCHORNO, CALOR!!
                                                                                            (Relato)

          El sol freía directamente a los pájaros de la calle sin árboles. Las gotas de sudor se me escurrían por la frente, formando una especie de charquito en el entrecejo. Desde que salí de mi portal, mientras subía una cuesta empinada para llegar al metro, una nube indecisa jugaba conmigo al cu cu tras tras. Ese bochorno y el insoportable dolor de muelas habían conseguido que mis dulces pensamientos sobre las ocurrencias de mi nieto de siete años, se oscurecieran hasta volverse negros. "¿Tendré caries en la muela? ¿me la tendrá que extraer el doctor o me matará el nervio con facilidad? ¡Qué miedo, y encima diez estaciones. Menos mal que en esta linea hay un aire acondicionado que despierta a un sonámbulo"
          Me introduje en el vagón e imaginé a un pecador en el infierno, al que se le abría la gloria por arte de magia y una brisa celestial le acariciaba. Si no fuera por un olorcillo nauseabundo que vino de repente, todo hubiera sido perfecto hasta ahí.
          Recuerdo que la última vez que vine fue para practicarme una endodoncia  y, al marcharme, tomé un bombón helado que la mitad se me derritió en el metro, y me llené de chocolate una blusa recién estrenada ¿es que siempre tengo dolor de muelas con el calor? Tengo miedo y respeto al estomatólogo. Por eso lo llamo así y no dentista como la mayoría de la gente. Hasta llegar a la 10ª estación fui pensando: "Gracias a que mi dentista es admirable y tan seguro de sí mismo, si no ahora me cruzaba al otro andén y me iba directa a casa a sacar del frigorífico esas chuletitas que me dejé al mediodía y que, bien seguro, a la noche no las podré hincar el diente"
          De pronto, ocurrió algo inesperado. Subí por la escalera mecánica para acceder a la salida. Con los nervios no me agarré a la barandilla movible, y ¡zas! me precipité de boca contra aquel aparato ascendente que  no cedía a mi paso ni un segundo. Cuando me examinó mi admirado especialista, exclamó extrañado ¡No me explico qué ha sucedido con la pieza que le tenía que extraer. Ya no está¡ ¿No ha notado usted nada raro?

Tornasol.

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